Mi hija, que vive en Berlín, me ha pedido que escriba sobre la masiva inmigración que está recibiendo Alemania, calculan 800.000 refugiados antes del fin de año. Me recuerda a la española en Francia del aterrador invierno del 39.
Me pide que de luz a todas sus sombras.
Le he respondido que no, que hasta las elecciones del 27S no hablaré de otra cosa que no sea de la canallada de Artur Mas. Es lo que me pide el cuerpo.
Me fastidia hablar de lo mismo, pero no puedo dejar de hacerlo. Sé que tener una sola idea en la cabeza es como no tener ninguna, pero… Voy a hacer una excepción.
El día de San Esteban de 1941, dos semanas después del ataque japonés a Pearl Harbor, Winston Churchill fue al Congreso estadounidense para hacer el discurso más importante del siglo XX, y convencer a América que declarara la guerra a Alemania. Sólo la había declarado al Japón.
El primer ministro inglés tenía una oratoria prodigiosa que hacía sonreír a los moribundos. Fue célebre la respuesta que unos años antes había dado en la sala de los Comunes a una portavoz laborista que le había dicho que si fuera su esposa le pondría cianuro en el te, y él le respondió con su flema británica: Señoría, si usted fuera mi esposa yo me tomaría ese te…
El sentido del humor inglés, junto con sus catedrales góticas, es lo que envidió de su isla…
Churchill convenció a los congresistas y, como bien se sabe, USA cambió la dinámica de la II Guerra Mundial.
Pues bien, Europa necesita, en este 2015, otro Winston Churchill, que esta vez tiene que hablar desde la cancillería de Berlín, y ser mujer.
Julián Marías decía que mientras el hombre le interesa lo que pasa, a la mujer le interesa lo que queda. Y ahora lo que queda es proteger a Europa, y al mundo, de esta maldad que hace ochenta años era nacionalsocialista, y ahora es el Estado Islámico.
La voz tiene que proceder de Europa, pero el viejo continente necesita de la potencia militar de los Estados Unidos y también de Rusia como hace ochenta años.
Los terroristas de ISIS se están aprovechando de la debilidad de Occidente. EE.UU metió en Iraq la pata hasta el corvejón y me recuerda al gato escaldado que del agua hirviendo huye, por eso necesita de la voz de la conciencia que en este momento de la Historia tiene que salir de Alemania.
A la locura del Estado Islámico la única respuesta es una alianza militar de los Aliados que aplaste la cucaracha del mal, pero aprendiendo la lección de la torpeza de Iraq.
Que nadie nos cuente la milonga de que hay que devolver a Siria la libertad. Ese no es el problema. Consolidar la libertad necesita un proceso previo cultural. Lo hemos visto calcado en Libia, Argelia, Iraq o Siria.
La primavera árabe ha sido un fiasco general.
Winston Churchill, que era anticomunista, no dudo en negociar con Stalin el reparto de Europa, porque el mal a vencer tenía prioridad a la zarpa comunista.
El escocés David Hume, el filósofo más escéptico de la historia del pensamiento, dudaba de si sus reflexiones eran dardos dirigidos a la diana de la Verdad. Decía que lo hacía por entretenimiento.
En este caso, no dudo. Esta carta no va dirigida a responder a mi hija, ni es un divertimento.
Roberto Giménez