Conocí a Javier Cercas al leer Soldados de Salamina. Desde entonces he leído todos sus libros. Cercas me gusta. También Antoni Puigvert, el columnista más valiente que tiene La Vanguardia. Buena pluma, que no le importa ir como las truchas a contracorriente.
En este agosto han hecho algo tan inusual en BCN como tirarse una chinita a cuenta del fichaje del ex socialista Xavier Rubert de Ventós que en la vejez ha recalado en las aguas de Artur Mas.
Para quien no haya seguido la chinita, esta breve reseña: el escritor Javier Cercas se siente decepcionado con el ex novo separatista Rubert de Ventós, porque hace treinta y seis años asistió a una conferencia del filósofo en la que decía verdades como puños: que la política no admite la poesía sino que es prosa. La poesía es un arma muy peligrosa cuando se aplica a la política, y en la vejez Rubert ha caído en la trampa que denunciaba: se ha dejado llevar por la oratoria del President. Eso es lo que le salva al astuto Artur Mas.
El mosqueo de Antoni Puigvert no era por eso, sino por la rememoración que hizo Javier Cercas: El columnista de La Vanguardia pidió la palabra y, con el atrevimiento de la juventud, reprochó al profesor Rubert que aparcara la poesía de la dialéctica política; en un tiempo (1979) que, tras la recuperación de la Democracia, las mil flores de la primavera brotaban durante todo el año…
Es algo inusual en BCN que dos plumas reconocidas anden a la greña. Ni Cercas volverá a mentar a Puigvert, ni éste le contestará. No son de esta pasta que, históricamente, sí se da en Madrid. No hace falta remontarse a las célebres puyas entre el cordobés Góngora y el madrileño Quevedo. El gallego Valle Inclán encabronaba al bilbaíno Unamuno; el onubense Juan Ramón Jiménez a todo poeta que rompiera sus doctas enseñanzas poéticas; o en nuestra época el madrileño Paco Umbral dijo, no sin razón, que la escritora Rosa Chancel le parecía el cruce de una bruja y Mary Poppins, por un desafortunado comentario que la Chancel había hecho de Ramón Gómez de la Serna, el idolatrado creador de las Greguerías.
Estas cosas en Madrid son habituales, pero no en Barcelona. Recuerdo una excepción: el escritor Juan Marsé cuando recibió el Premio Cervantes ironizó con su editora Carme Balcells diciendo que en su testamento mandaría que el 10% de sus cenizas fueran a ella, en justa correspondencia a su editorial. Marsé no es un hombre que no se caracteriza por ser un bromista. Y aunque los escritores Carles Barral y el poeta Gil de Biedma lo consideraban un obrerista, alejado de la Gauche Divine, lo apadrinaron en esos primeros años en que un buen escritor necesita la suerte de ser descubierto.
Estoy de acuerdo con el filósofo Rubert de Ventós de 1979, no con el que hoy rinde pleitesía a un Artur Mas que, usando el símil de Umbral, me recuerda el cruce de Lord Farquad, príncipe de Duloc, el personaje más antipático de la película de Shrek, y un hábil vendedor de humo.
El pasado miércoles escuchando en directo, por el canal 3/24, la larga comparecencia de Artur Mas en la diputación Permanente del Parlament, para explicar el por qué, de la convocatoria del 27S y defenderse del turbio asunto del 3%, me vino a la cabeza el libro En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, en el que el neurótico escritor francés se plantea la gran pregunta de la metafísica: ¿Cuál es la naturaleza fundamental de la realidad?
La respuesta de Proust es que la única realidad es lo que recordamos. Pero esta es una realidad parcial, sesgada, incompleta y, por lo tanto, falsa; porque existe la memoria selectiva que olvida lo que no le interesa recordar. Mas es de la clase de políticos que olvida lo que no le interesa. Es un gran actor. Por eso fue nombrado el Hereu del Palau.
Es un buen hijo putativo de su padre político. No hace falta que les recuerde su nombre.
Roberto Giménez