No les voy a hablar del Procés, tranquilos.
La pasada semana acusaban formalmente a los capos de la FIFA de corruptelas millonarias
Juan Antonio Samaranch fue un corruptor de periodistas que escribían a su dictado. ¿Por qué lo digo? Sigan leyendo.
La corrupción no es una planta natural trepadora como la yedra, porque no crece en los muros exteriores sino es una planta artificial que sólo trepa en los interiores. Le basta pocos ingredientes: que no haya mucha ventilación y tiene tres fertilizantes necesarios: poder, dinero y falta de escrúpulos. En ese hábitat se erige en el cuerno de la abundancia.
En el mes de junio el FBI acusó a la FIFA de mangoneo institucional desde las altas instancias, como es lógico. La corrupción de los ujieres es el botiquín, o de las enfermeras no va más allá de la farmacia o saltarse una lista de espera…
Ahora nos hemos enterado que la eliminación de España en el Mundial de Corea estuvo amañada en los despachos oficiales.
Que los Estados Unidos haya levantado la alfombra para poner el dedo en el ojo a Rusia, sede oficial del Mundial de Fútbol de 2018, tiene una lectura que hay que estar en el backstage para interpretarla.
Que en el 2022 le hayan dado al desértico Qatar ni siquiera hay que estar en la concha del escenario para leerlo. Basta el gallinero.
Los manejos de la FIFA no creo que sean desemejantes a lo del COI, el Comité Olímpico Internacional, cuando toma la decisión de conceder unos Juegos Olímpicos a una ciudad. Y esto no es una presunción de culpabilidad, sino el alegato de un vicio institucionalizado.
Los psicólogos lo tienen muy claro: lo difícil es traspasar la línea de lo que es legal y lo que no. Quien la salta una vez, y le sale bien, moralmente ya está perdido…
Ahora sí que voy a hablar de Juan Antonio Samaranch. Antes de ser nombrado embajador de España en Moscú, y luego presidente del COI, había sido cuatro años presidente de la Diputación de BCN, de 1973 a 1977. El cargo lo dejó adrede en junio de 1977. No quería ser el presidente de la Diputación que cediera las llaves de la Generalitat provisional al President Josep Tarradellas.
No quería en su hemeroteca la odiosa foto de un hombre del pasado dando la mano al político del futuro, aunque el nuevo fuera veintiún años más viejo que él. En 1977 Samaranch tenía 57 años y una ambición sin límites. Así que para ese trance eligió a su número dos, el alcalde de Granollers, Francisco Llobet… Que como no aspiraba a nada, nada temía.
La primera semana que Llobet ocupó el sitial de presidente de la Diputación la ex secretaria de Samaranch, ahora suya, le entregó un listado de periodistas de todos los medios de comunicación de BCN. Una relación de catorce profesionales, me contó Llobet, en el que cada uno de ellos tenía anotada una cantidad. El nuevo le preguntó a la secretaria de que iba el listado. Ella extrañada de la pregunta, creyendo que el cesante le había informado, le dijo que era el sobre que cada mes la Diputación pasaba a los plumillas para que hablaran bien de la Institución…
Francisco Llobet, un hombre honesto que nunca había practicado estos amaños, quedó desconcertado. Dudó veinticuatro horas. Al día siguiente, firmó el documento que le había entregado la secretaria…
¿Por qué firmó? Lo vio claro: si no lo hacía iba a convertirse en el tiro al pichón de todos los medios de BCN (prensa, radio y televisión), y aún le quedaba dos años de alcaldía. Cerró los ojos y signó. Fue la firma más desagradable de sus diecisiete años como servidor público.
Samaranch era un chico listo, un hombre del pasado, que tenía los ojos abiertos al futuro…
Roberto Giménez