Muchos ciudadanos catalanes están percibiendo la desagradable sensación que se experimenta cuando alguien descubre que su opinión no es tomada en consideración en una cuestión de la que es parte ineludible.
El señor Mas con su heroico y épico proceder ha privado a los catalanes del derecho a decidir en un conflicto que ha durado 105 días y que quedó cerrado con precipitación dos horas antes de que expirara el plazo legal para resolverlo. ¿Durante cuánto tiempo se habría prolongado si la normativa no estableciera un tope máximo? Ni se sabe, es lo que ocurre cuando el interés particular se impone al público o cuando los políticos están a años luz de ser estadistas.
Excluir la participación del pueblo en una controversia que ha irritado y avergonzado a cualquier ciudadano que haya prestado un poco de atención a los acontecimientos del día a día, ha quebrantado la confianza mínima que han de proyectar los dirigentes de una colectividad.
Con la renuncia de última hora del señor Mas, el personal se ha sentido burlado. Algunos se lo perdonarán y tratarán de justificarlo con razonamientos estereotipados, pero, presumiblemente, para el resto ha quedado amortizado y sin posibilidad de regeneración, aún así, todavía no ha concretado si va a renunciar a su acta de diputado.
Al que después de desgañitarse exigiendo y suplicando un referéndum que no puede celebrarse porque la ley vigente no lo permite, haya usurpado a los electores la facultad de que fueran ellos mismos los que solucionaran lo que por propia voluntad crearon, sus allegados tendrían que hacerle comprender que renunciara al escaño, formulismo que los negociadores no tuvieron en cuenta.
Si al señor Mas se le escapó pensar en la ciudadanía porque estaba demasiado atareado pensando como montárselo para no quedar descolgado del poder in saecula saeculorum, lo que no se le escapó fue nombrar a un sucesor a su imagen y semejanza y, además, que le fuera leal sin reserva alguna y que le dejara el camino libre cuando lo reclamara. Lo encontró en un estudioso del Llibre del Sindicat de Remença y ese acató los deseos de su señor sin dudarlo un instante, todo lo contrario de lo que pretendían els homes de remença.
El sacrificio del señor Mas ha conseguido que los antisistema se hayan integrado en el sistema y con ello hayan perdido todo su encanto y utilidad. Por otro lado, los analistas están tratando de descifrar si el señor Mas formará un gobierno en la sombra que sea el verdadero ejecutivo.
M. Riera