
Se podían ver desde muy lejos. Perfectas perlas que se deformaban y bailaban con el aire. Su contoneo reflejaba colores que maravillaban a los niños que saltaban como locos junto a ellas. Reían mientras intentaban tocarlas con las manos para que explotaran. En el centro, un hombre entrado en años, con barba desaliñada, ropas viejas y manchadas, utilizaba una pequeña cuerda para crear hileras de burbujas mientras sonreía al ver a su joven público. El cubo de agua con jabón no era más nuevo y varias veces tuvo que apartar a los más valientes que querían tocar el mágico líquido.
Algunos padres llamaban la atención a los pequeños para que se comportaran, pero el juego y el coro que se había formado alrededor del artista dejaban sordos a todos los presentes.
Sentados al borde del paseo, un padre y su hija miraban encantados el improvisado número, mientras la niña se decidía si entrar al juego o no. Al final, y con menos vergüenza que ganas de saltar, se reunió con el resto en el centro de la plaza. El padre la miraba sonriendo.
Pasados unos minutos, el hombre dejó la cuerda en el suelo, junto al cubo, y se acercó al padre que lo miró con cierto recelo. Éste, cogió la lata de cerveza que tenía junto a su mochila y se encendió un cigarrillo mientras miraba cómo los niños jugaban con la cuerda y el cubo. Su aspecto era tranquilo, aunque parecía de carácter nervioso por la forma de mover las manos y las piernas. Decenas de pulseras de todos los colores adornaban sus muñecas y varios collares vestían su cuello. El padre lo miraba sin decir nada hasta que el hombre le preguntó cómo se llamaba el sitio donde estaba. Sorprendido contestó y pensó qué tipo de vida mantenía aquel tipo que no sabía ni donde se encontraba. La conversación fluyó tranquila y durante varios minutos el padre y aquel hombre errante hablaron sin importar etiquetas ni otra cosa que no fuese el periplo viajero del artista.
Desde Andalucía venía andando, y por sus palabras daba la sensación de que su viaje llevaba años en camino. Su destino incierto, le rondaba Girona o quizás volver a Cantabria, donde según le explicó hizo muy buenos espectáculos. La sensación que tuvo el padre al hablar con aquel viajero de ropa raída era la de conversar con un artista que va de gira.
Era tarde y empezaba a oscurecer, así que el padre se despidió del hombre, cogió a su hija y se fue para casa. Al día siguiente era lunes y tocaba trabajar. Mientras caminaba de vuelta pensó en aquel curioso hombre, al que no le importaba ni el día, ni el sitio, ni el destino, lo único que buscaba era vivir cada día, eso si, con una idea para su gran gira, hacer sonreír a los más pequeños.
Bernat López