Las elecciones catalanas de este domingo dejaron una triste conclusión: tras varios años de tensiones identitarias, el electorado está literalmente partido en dos mitades. 1.940.316 catalanes apostaron por opciones favorables a la independencia frente a 2.091.468 que lo hicieron por opciones no independentistas. Ese hubiera sido el resultado si las elecciones del 27 S hubieran sido unas “plebiscitarias” como pregonaban algunos.
Una pírrica victoria por 151.152 votos habría dado la victoria a las formaciones no separatistas, frente a las que propugnan la secesión.
Sin embargo, como lo que se celebró el domingo fueron unas elecciones parlamentarias los resultados son distintos. No hay dudas de que la fuerza ganadora, con 62 diputados, fue Junts pel Sí, pese a que se ha quedado lejos de la mayoría absoluta. Una mayoría absoluta que a lo largo de toda la historia parlamentaria catalana siempre habían sumado CiU y ERC.
Pese a este fracaso inicial, Junts pel Sí tiene la obligación y responsabilidad de elegir al nuevo presidente de la Generalitat e inmediatamente gobernar. Si no lo hace, estamos abocados a unas nuevas elecciones en 2016, ya que dífícilmente se puede tejer una alternativa en torno a ninguna de las restantes fuerzas parlamentarias.
Durante los próximos meses Junts pel Sí, aunque han señalado por activa y pasiva que su prioridad está en poner en marcha una hoja de ruta hacia la independencia, tendrán que tener paralelamente un gobierno que se ocupe de los asuntos ordinarios de los ciudadanos: la educación, la sanidad, la cultura, el bienestar social, la seguridad… Y cumplir con todas las obligaciones que la administración catalana tiene, entre ellas el impago de su cuantiosa deuda.
Se me hace difícil imaginar cómo va ser esa gestión. No he conseguido a lo largo de la campaña, a fuerza de dejarlo todo para el día que se alcance el paraiso, enterarme de una sola de las propuestas concretas que hace la fuerza mayoritaria para los catalanes de hoy.
La forma como gobernará Junts pel Sí es un misterio.
Básicamente porque Junts pel Sí supone una extraña amalgama electoral en que conviven gentes de muy diversas ideologías procedentes de CDC y ERC – dos partidos que siempre se han mirado de reojo- con elementos diversos de difícil catalogación. Se me hace difícil interpretar como resolverán sus múltiples incompatibilidades e incongruencias a la hora de tomar decisiones.
Si la gestión interna de Junts pel Sí, en un ámbito de gestión diaria se me antoja complicado, mucho más será ponerlos de acuerdo con una formación que se reclama antisistema como la CUP a la hora de abordar cuestiones que requieran de mayorías absolutas.
Es un misterio como los “amigos de los negocios” que toda la vida ha abanderado Artur Mas se entenderán con los defensores de las colectivizaciones, la ocupación de viviendas y los impuestos a las actividades productivas.
Junts pel Sí es potencialmente un cóctel inestable y explosivo. El resultado de las elecciones – insatisfactorio para sus objetivos- ha empezado ya a agitarlo.
Jordi Abayà