Mi última Carta del Domingo quise dedicarla al filósofo José Ortega y Gasset, aprovechando que ese día (18-O) se conmemoraba el 60 aniversario de su muerte, como expliqué en el artículo.
Mi antiguo Redactor Jefe de finales de los años 80, me contestó por facebook y le dije que mi respuesta sería por el mismo canal en la Carta del Domingo. Es ésta.
Me gusta hablar de Ortega porque es un pensador que admiro. Que sea el mejor pensador que ha tenido España no sólo es una opinión mía, sino que está avalada por ese libro al que hice referencia en mi carta, pero no lo afirmo porque lo diga el crítico literario John S. Major en su exitoso libro, Un plan de lectura para toda la vida, sino porque existe un acuerdo general. Además ha sido mi pensador de cabecera.
No digo que sea el mejor pensador de la Historia, pero considero que sí el mejor español, y si no lo fuera al menos es el que mejor conozco desde que con veinte años leyera La España Invertebrada, y me dio el ¡eureka! con esa definición de España que me cautivó y que me ha acompañado siempre: España es un proyecto sugestivo de vida en común. Tampoco estoy en todo de acuerdo con él. Nadie puede estar en todo con nadie, porque toda percepción per se es siempre individual.
Me gusta Ortega, también, porque es uno de los pocos filósofos de la historia que apenas escribía ensayos, sino sus reflexiones eran artículos publicados en la prensa de la época: preferentemente en El Sol y El Imparcial, al margen de La Revista de Occidente de la que fui suscriptor en la década de los 80, y tengo extraviado en mi hemeroteca algún número de coleccionista.
La diferencia entre escribir un ensayo o un artículo periodístico, no sólo está en la brevedad que impone el estilo. Ortega y Gasset había mamado el manual del periodismo desde la cuna por parte de su padre y de su abuelo, editores y directores de finales del siglo XIX y principios del XX. Ortega era periodista, y se notaba en su forma de escribir.
Los filósofos escriben como eruditos, y aunque Ortega lo era, escribía como lo hace un periodista, y eso se agradece. Precisamente por eso influenció tanto en su época, y por el mismo motivo muy poca gente conoce a Xavier Zubiri, filósofo como Ortega, pero no tan mediático, porque no escribió en prensa…
A mi amigo Cañas no le gusta la palabra ‘conllevarse’ para calificar la relación consuetudinaria entre Cataluña y el resto de España, a mi tampoco. Lo dije en mi artículo anterior. Pero una cosa es que no nos guste, y otra que no sea así, porque el mismo Cañas acaba dando la razón a Ortega diciendo que no encuentra otra expresión…
De María Zambrano he leído poco y no voy a ir al Rincón del Vago para ejercer de Erudito a la violeta; de Claudio Sánchez Albornoz, el presidente de la República en el exilio mucho más, especialmente en su sempiterna discusión con Américo Castro sobre el origen del carácter español. Mi tesis coincide con la de Don Claudio. Otro día podemos hablar sobre ello.
Cierro mi escrito respondiendo la pregunta que me hacía que por qué en Iparralde y en el Rosellón no hay la tensión separatista que existe en el sur de los Pirineos; porque en Francia el nacionalismo centrífugo ni está ni se le espera.
La razón por lo que eso sucede tiene una explicación muy comprensible: La República francesa nacida de la revolución de 1789 impuso la enseñanza pública universal y obligatoria en el francés de París en toda la nación. La escuela francesa, al contrario que la alemana, considera a la nación como todos los ciudadanos de la República.
Por contra, en España el Ministerio de Instrucción Pública se creó en 1900. En esa fecha el 85% de los españoles eran analfabetos. Los catalanes tanto en catalán como en castellano; en Francia ese mismo porcentaje había aprendido a leer y escribir en la lengua de Moliere.
El distingo es esencial porque, como bien sabes, fue a finales del siglo XIX cuando el catalanismo político cuajó (Las Bases de Manresa son de 1892).
En Francia no cuajó el nacionalismo periférico, porque se moldeó a los niños otro tipo de nacionalismo: el jacobino. El origen de todo está en la escuela, y eso lo podemos comprobar también hoy.
Me podría [Cañas] plantear esta segunda pregunta: ¿Y por qué en Galicia no triunfa el nacionalismo, teniendo como tiene una cultura propia tan potente como la catalana o la vasca?
Y la respuesta no está en la política sino en la economía: Catalunya y el País Vasco en la época en que cuajó el nacionalismo, eran los dos polos industriales y económicos de la península. La España más avanzada.
Esta es la respuesta, escrita al estilo ortegiano con un artículo periodístico breve y conciso.
Roberto Giménez
LA RESPUESTA DE JOSÉ CAÑAS AL PRIMER ARTÍCULO
Camarada, ¿y si empezamos a discrepar una miaja sobre Ortega? Yo no le tengo en tan alta estima. María Zambrano, como pensadora, y Claudio Sánchez Albornoz como intérprete de nuestra Historia, dejan ver las carencias orteguianas.
No me convence eso de «conllevarse», aunque reconozco que no tengo ahora mismo una mejor propuesta. Ortega se pasó en su análisis invertebrador y cedió en exceso a los periféricos como gran autor de frases: Castilla hizo a España y la deshizo. ¿Y en qué se basaba? Como le contestó Sánchez Albornoz, que fue presidente de la II República en su exilio argentino, «Castilla hizo a España y España deshizo a Castilla.» El separatismo catalán siempre tuvo causas más prosaicas que sentimentales: los aranceles.
100 años es un periodo muy corto en la Historia. Hace 100 años, poco más, Texas era un problema muy gordo para los Estados Unidos. El famoso Estado de la estrella solitaria, desgajado de México, lideró a los confederados y, acabada la Guerra de Secesión, tuvo que ser ocupado militarmente durante años. El Congreso de Texas también tuvo su particular DUI a finales del siglo XIX, y ya ves cómo son las cosas hoy: nadie, salvo Chuck Norris, plantea la secesión tejana.
Ortega tendría que haber respondido a una pregunta: ¿Por qué nunca hubo tensiones separatistas en la Catalunya Nord o en Iparralde? Pues eso.
José Cañas Escamilla