La personalidad y fortaleza de carácter que está demostrando posee la CUP aunque su discurso sea anacrónico, se contrapone a la falta de señorío político del señor Mas que no le importa degradar a la tercera institución pública ejecutiva de Catalunya hasta llevarla a un ridículo bochornoso. La primera institución es el Gobierno español, la segunda son los organismos de la UE y la tercera es la Generalitat, aunque, para los separatistas ésta es la primera. Se resisten a admitir que aquí sí que el orden de los factores altera el producto.
Si en la noche del 27-S, el señor Mas hubiese hecho un acto de humildad, racionalidad y realismo reconociendo que había ganado las elecciones pero sin mayoría absoluta y que había perdido el plebiscito y, en consecuencia, la hoja de ruta (la de los 18 meses) quedaba anulada porque así lo habían querido los catalanes, ahora, probablemente, la administración autónoma estaría funcionando a pleno rendimiento en beneficio de toda la ciudadanía y de su integración española e internacional y dispondría de cuatro años de tregua para recuperar el resuello y el sentido común.
Pero no. El señor Mas distorsionó el resultado electoral (y sigue distorsionándolo), atacó a la democracia, y, con ello, manipuló una vez más a los catalanes y así está él y éstos. Lo más grave es como está el prestigio global de Catalunya. Deteriorado, muy deteriorado. Los días 9, 10 y 12 de noviembre fueron fatídicos para los intereses generales del país, aunque, quizá no tanto. Han sido útiles para dejar constancia que la independencia no tan solo no cuenta con ningún apoyo exterior sino que provoca irritación en las instituciones internacionales. Para el Financial Times la estrategia del señor Mas es de locura. La afirmación de ese diario es muy dura considerando que si el señor Mas puede aplicar alguna estrategia, es porque 1.620.973 electores le han votado.
¡Ya basta de marear la perdiz! ¿Por qué pasar por el oprobio de otra sesión de investidura? ¿Por qué darle el gustazo a la CUP de convertirse otra vez en árbitro y directora del Parlament?
Se supone que ante unas nuevas elecciones, no se repetirá el esperpento de juntarse CDC y ERC porque Junts pel Sí sólo se formó de cara al plebiscito y un segundo plebiscito se convertiría en un definitivo escarnio a la democracia. Tampoco sería necesario que cantantes, futbolistas o activistas de toda especie figuraran en las candidaturas, con que hubiera políticos o una nueva hornada de gente con contrastada vocación y formación política, sería suficiente.
M. Riera