El día de Sant Jordi del año pasado el libro clásico más vendido fue ‘Cien años de soledad’ de Gabriel García Márquez, el buque insignia del boom de la literatura hispanoamericana. Gracias a que una semana antes había fallecido ese extraordinario fabulador fue el libro más vendido, pero no el más leído. Sólo unos pocos lectores cruzaron el rubicón de las cincuenta primeras páginas. Acostumbro a decir que esa cota es la vía franca para llegar al final de una novela.
Personalmente, no me gusta el realismo mágico, prefiero el realismo clásico. Azorín dijo que era el denominador común de la novela española, y Ramón Menéndez Pidal lo ratificó con su sello académico. No seré yo quien discuta sus doctas opiniones.
Pues bien, estos miles de lectores que han abandonado ‘Cien años de soledad’, me recuerdan a la legión de separatistas, y creo que me van a entender el por qué.
El sentido profundo de la novela García Márquez, de la ciudad de Macondo y las cinco, o siete, generaciones de Buendía es que quien no conoce la historia está condenado a caer en los mismos errores que los antepasados. Y en eso estamos en Cataluña. No es que no conozcamos la Historia, es que nos la han manipulado desde la misma escuela.
Tengo material no para hacer un artículo sino un opúsculo dedicado a la Otra Historia de Cataluña, la que no se cuenta en los libros, pero que es la real, no la inventada. Probablemente, le dedicaré varios escritos en un cóctel con la actualidad.
Los primeros renglones de la Historia inventada de Cataluña se empezaron a escribir en el último cuarto del siglo XIX. Era una historia romántica y bella que cautivó a genios como Pau Casals que en 1971, cuando desde el atril de la ONU dijo, emocionado, que Catalonia había tenido el Parlamento más antiguo del mundo, antes que los arzobispos, condes y barones, los señores feudales de Inglaterra, presentaran al rey Juan sin Tierra la Carta Magna que el pasado 15 de junio conmemoraba sus 800 años. Por eso Inglaterra no tiene una Constitución escrita como el resto de las democracias occidentales, sino actualización y añadidos a esa Carta de hace ocho siglos.
El bueno de Pau Casals proclamó, con lágrima en los ojos, que un siglo antes Catalonia ya disfrutaba de una Carta Magna como la inglesa.
No es que el violonchelo más importante de la historia de la música mintiera a los representantes de todos los Estados del plenario, sino que él también había sido engañado por un contemporáneo suyo.
¿Quién engañó a Pau Casals? ¡Jordi Pujol es inocente!. Tampoco le engañó la revisión de la Historia que se enseña en la escuela; pero sí las fuentes que manan de ella y muy en particular de la Història de Catalunya, encargada por Cambó, escrita durante la República por Ferran Soldevila; que el mejor periodista catalán de la época Gaziel, entonces director de La Vanguardia, vino a decir que era una historia bella, pero no la Historia de Cataluña, sino la de un sueño. Vamos, como la Historia de España de Marcelino Menéndez Pelayo en el que la Historia de la nación es una Idea ajena a los interés sociales, económicos o geopolíticos…
Os voy a poner un ejemplo de este sueño que es muy ilustrativo. Les sorprenderá, al menos como a mi cuando lo conocí no hace mucho tiempo: en el 2001 la Generalitat dio instrucciones a todas las escuelas catalanas para que enseñaran a los niños la letra del himno nacional Els Segadors.
En la escuela se les cuenta que esta canción es muy antigua (1640). Tradicional pero no tanto, sino de 1892 cuando se cambió la música y la letra original. La melodía con la que hoy se canta es, sí, una antigua canción ¿patriótica? No, sino ¡erótica!. Pero también se cambió la letra que tiene su momento culmen en estas tres frases: Bon cop de falc, defensors de la terra, Bon cop de falc, cuando la canción original de Els Segadors era bien distinta y mucho más catalana, para nada patriótica: Segueu arran, que la palla va cara, Segueu arran (Segad a ras, que la paja está cara, segad a ras).
He empezado el artículo con García Márquez diciendo que el pueblo que desconoce su historia está condenado a repetirla, pero en la nuestra el andamiaje es aún peor que el desconocimiento, sino la mentira.
Es el muro que están levantando…
Roberto Giménez