Aún recuerdo y seguramente jamás olvidaré, en plena transición en los años 80 del siglo pasado (duro es escribir siglo pasado) que nos desayunábamos con la incertidumbre de cuál sería la siguiente acción de la banda terrorista ETA.: ¿secuestro, asesinato? ¿bomba lapa, coche bomba, disparo en la nuca? ¿políticos de diversa ideología pero que les unía el ansia de libertad, guardia civil, policía nacional, autonómica, militar? Por desgracia no había semana en que se contabilizara algún asesinato en la forma que fuere y cuya víctima podía ser cualquiera de los componentes de los grupos arriba mencionados.
También, cómo no, daños colaterales en forma de muerte de niños o niñas como fue el caso de la caserna de la Guardia Civil en Vic, capital del independentismo catalán que no dudan en abrazar a seres despreciables como Otegi perteneciente innegable de la banda mafiosa/terrorista. Vic que recuerda a sus habitantes a través de su escandalosa megafonía que no deben apartarse de su locura.
Sin querer reconocerlo nos pegábamos frente al televisor expectantes sobre los movimientos siniestros de una banda que la muerte ajena no le dolía lo más mínimo. El asunto, quizá, merezca un trato especial en otro artículo sobre todo sobre cómo se ha construido el supuesto final a una época en que no todos han pasado por un juicio, pues se estiman 367 casos por resolver. Algunos viviendo a cuerpo de rey en Bélgica con negocios propios y bajo la tutela de la impunidad más vergonzante de la injusticia belga. Otro tema a reflexionar, quizá, en otro artículo.
Hoy es la violencia de género que nos depara algún mazazo semanalmente. Tristemente ya no es solo la mujer la víctima. Los hijos son víctimas de una sinrazón con el objetivo de castigar a las madres acosadas, maltratadas, vejadas por un ser que no me atrevo a definir pues estoy convencido que en un futuro sabremos más y mejor y de forma rigurosa y no pasional qué ocurre en la cabeza del parricida.
Es incesante el número de víctimas que se suman a una escalofriante cifra de casi 1.000 muertes de mujeres y casi la treintena de niños/as en los últimos 14 años. Es decir, y sin querer compararlo con los asesinatos de ETA. (porque ni el motivo ni lo que rodea a ambas tragedias lo son) los asesinatos relacionados con la violencia de género superan ya los asesinatos de ETA en cuatro décadas. Sí. Quizá poca gente haya caído en este dato.
Se me ocurre que quizá todo tenga relación con el aumento de la violencia palpable en nuestras calles. Violencia de distintas magnitudes y de diverso origen. Algunas acaban con resultado de muerte, y casi siempre con heridos. Reyertas individuales, en grupos con orígenes distintos y finalidades distintas. Sin olvidar la violencia verbal. Violencias, en suma, que demuestra que en el papel cultural deberíamos y podríamos hacer mucho más.
Desde mi más absoluto desconocimiento sociológico sobre las causas que hayan podido ser determinantes en el indiscutible aumento, en los últimos años, en la violencia en general se me ocurre que además de ponernos las manos en la cabeza, deberíamos intentar de veras que esas mismas manos se pusieran a disposición y predisposición para colaborar, por supuesto en la solución, pero antes en descubrir las auténticas causas de este nuevo mazazo que sufre nuestra sociedad prácticamente a diario. La violencia nos devuelve a la prehistoria. Curiosa y cruel manera de homenajear a las nuevas tecnologías que nos adentran a un futuro (dicen) de progreso incuestionable e inquietante para los que aún creemos en la supremacía del ser humano como tal.
Entre un fenómeno y otro nos separa una incógnita por descubrir pero que tiene mucho que ver con el raciocinio, individual y sobre todo colectivo.
Miquel Casals Planas