En Cataluña, desde hace muchos años, se intenta aniquilar la palabra “España” y cualquier derivado de ella. En los medios de comunicación públicos catalanes se buscan otras formas para no nombrar lo innombrable, pues para los separatistas catalanes resulta realmente ofensivo pertenecer a España, que según ellos representa la opresión y la falta de libertades. Como si la pertenencia a este país fuera una cuestión accidental y eliminando esta palabra del vocabulario se recuperara una libertad falsamente perdida.
El problema está en que no se puede eliminar ni cortar las conexiones con una realidad por mucho que se quiera negar su existencia o su pertenencia a ella. Esto resulta imposible. Y lo más contradictorio del caso es que dicen añorar tiempos pasados, esos tiempos de caballeros medievales en el que todos los catalanes se sentían orgullosos de ser una nación y no formar parte de España. Otro de los errores anacrónicos en los que recurren sistemáticamente los separatistas con la finalidad de construir un pasado ideal que quieren volver a recuperar. Sin embargo, ¿cómo se recupera un pasado que nunca existió? Pues resulta realmente complicado y eso es lo que genera la frustración y esas ansias de aniquilar a las bravas aquello que les molesta: España, pero que forma parte de la historia de todos.
En la Edad Media, esa edad soñada por los nacionalistas, los catalanes sí que utilizaban la palabra España, sin complejos, pues eran realmente conscientes de pertenecer a una realidad física, común con el resto de habitantes de la península, pero también a una realidad política de un conjunto de reinos cristianos que la conformaban. Y no por eso, por aceptar que formaban parte de ese grupo, perdían su identidad como catalanes, de la misma forma que no la perdían los aragoneses, los valencianos ni los castellanos. La conciencia común de formar parte de España era totalmente compatible con la defensa de la identidad de cada reino.
El monarca Jaime I, a quien algunos consideran padre y casi fundador de la nacionalidad catalana, era consciente de pertenecer a España, pero no solamente como unidad geográfica, sino también política. Sí, así es, en su crónica, El llibre dels fets, se alude en bastantes ocasiones a España. En una de ellas, cuando el monarca solicita colaboración de los catalanes y aragoneses para luchar contra los moros, dice que lo hace: “primero por Dios” y luego “para salvar España”. No sólo Jaime I, su sucesor, Jaime II, también tenía claro el concepto de pertenencia: “Aquests quatre reis (Castilla, Navarra, Aragón y Mallorca) que ell nomenà d’Espanya, qui són una carn e una sang”.
Estos dos monarcas siempre se han considerado, según los simples parámetros de clasificación actual, como “buenos catalanes”; sin embargo, eran conscientes de la realidad en la que vivían. Actualmente, los que seguimos defendiendo esa realidad, la del pasado y la actual, somos tildados de “malos catalanes” por no querer negar la pertenencia a España como una unidad política desde hace muchísimos siglos. Mientras un gran número de personas, con la finalidad de unirse al grupo de los “buenos catalanes”, se suma a ese error de obviar una verdad, quizá por ignorancia o quizá por el complejo de no ser aceptado en ese grupo.
Esto nos debe servir para reflexionar y aprender realmente del pasado para aceptar la realidad en la que vivimos, sin ningún tipo de complejo.
Vera-Cruz Miranda
doctora en Historia