Los críticos literarios estadounidenses John S. Major y Clipton Fadiman han escrito una joya divulgativa titulada Un plan de lectura para toda la vida, publicada en 1960, que se ha ido ampliando en los últimos cincuenta años con varias ediciones ampliadas. Es un repaso a los mejores escritores y pensadores de la Historia, pero no sólo de Occidente sino también Oriente. Es un libro de cabecera para las personas con inquietudes intelectuales.
La selección que hace de escritores españoles tiene una cosecha muy limitada: Miguel de Cervantes, Federico García Lorca y… José Ortega y Gasset. No hay más seleccionados: un novelista, un poeta y un pensador… De él quiero hablar porque hoy se cumplen sesenta años de su fallecimiento en un gélida mañana del invierno adelantado madrileño.
La muerte del insigne pensador pasó desapercibida en la gris España de 1955. Una esquela y unas breves gacetillas en la prensa ante la muerte del mejor filósofo que al mundo ha dado España.
Ese silencio general era doble: el franquismo lo tenía tachado de rojo, y los republicanos en el exilio, y también del interior, lo consideraban un traidor a la causa porque desde 1945 entraba y salía de la España de Franco desde Lisboa como pedro por su casa. No entendían porque un prohombre de la República, y una voz tan autorizada, no denunciaba la dictadura de Franco. Tenía sus circunstancias: huyó en el verano del 36 de Madrid para evitar que le dieran el paseíllo….
Los pensadores que superan la barrera del tiempo se convierten en inmortales, y John S. Major en su libro dice que en ‘La Rebelión de las masas’ (1929), el ensayo más célebre de Ortega, así lo deja escrito: “el colapso económico que sufrió aquella sociedad durante la gran depresión y la aparición del fascismo hacen que, mirando retrospectivamente, podamos considerar hoy sus predicciones como verdaderas profecías”.
Ortega y Gasset no sólo acertó en su visión del futuro del holocausto que se cernía sobre Europa, sino que fue un visionario con su España es el problema, Europa la solución. En su libro ‘La Redención de las Provincias’ (1927) anticipa en sesenta años el Estado de las Autonomías, y lo que hoy me interesa más: el diagnóstico a lo que durante la II República se llamaba el ‘problema de Cataluña’.
Se acercó a Catalunya con amor intelectual. La frase es de Antonio Gala, pero podría haberla escrito él: ‘Cataluña es el nordeste de mi corazón’.
Le dolía España y, por lo tanto, el separatismo: criticaba por igual a los separatistas que a los separadores. Es un juego siniestro en el que unos necesitan a los otros para retroalimentarse.
Criticó desde la mesa de oradores del Congreso de los Diputados a quienes pretendían cerrar en falso esa herida, y advirtió que los dos peligros que acechaban a la República eran la injusticia social que creaba un clima de crispación de imprevisibles consecuencias (la guerra civil), y el separatismo que podría provocar un levantamiento militar… Lo decía en 1932, cuando en las Cortes se discutía la aprobación del Estatuto de Autonomía de Cataluña. Allí soltó una célebre palabra ‘conllevarse’.
La palabra ‘conllevarse’ es una palabra antipática, triste, de resignación. El filosofo educado en la cultura alemana de Kant no dejó llevarse por el romanticismo. Era realista. Sentía a Catalunya como una parte de su cuerpo nacional, pero el rechazo que veía entre las dos corrientes: centrípeta y centrifuga, separadores y separatistas, le llevó a esa palabra tan certera como poco encantadora…
Era o ‘conllevarse’ o algo mucho peor. Que fue lo que acabó sucediendo al acabar la guerra.
Hace ochenta años Ortega ya advirtió que el problema era sentimental, pero que esos sentimientos estaban metafóricamente a ambos lados del Ebro. Y la fuerza mayor no estaba precisamente en el noreste de su corazón, que decía Gala.
Roberto Giménez