Empecemos con perogrulladas, el mundo es multipolar, si el Imperio Romano se dio de bruces con la inexorable imposibilidad de lo universal, hoy el sueño de lo omnímodo, de lo unipolar, va en camino de convertirse en otro de los episodios de la Historia en el que se contará cómo quién creía haberlo ganado todo, justo después de agotar sus capacidades, después de agotar su relato –esto es lo más grave-, despierta y ve como lo que debería ser no es, como los actores se reparten y compiten por territorios y cosmovisiones que consideran suyos, por espacios geopolíticos fuera del alcance y las posibilidades (políticas, económicas y militares) de los EEUU como abanderado de los valores “occidentales”.
Esto podría considerarse como algo meramente circunstancial, como una obviedad e, incluso, podría ser explicado por causas económicas y estructurales, pero, en mi opinión, subyacen profundos cambios en la mentalidad no solo de las élites de cada actor político, sino también en la permeabilidad de ésta en grandes capas de la población, esta mentalidad se basa en encontrar y elaborar un nuevo relato que compita con el nacido en el Renacimiento y la Ilustración, que cuestiona el concepto moderno de civilización. Entramos en una lógica que ha pasado de cuestionar la moral ilustrada y sus tremendas contradicciones, de un intento por descubrir la dialéctica profunda de la Ilustración, a un relativismo nihilista cuyo único objetivo es la destrucción adanística de la ética democrática, quizás la ingenuidad deontológica y la inherente perfectibilidad de la democracia facilita la irrupción de discursos y relatos irracionales, pero dichas narrativas no encuentran ninguna oposición, abandono quizás sustentado en la creencia en una falsa permanencia e irreversibilidad.
El problema radica en la interiorización de seudoconceptos, prenociones y determinismos que impactan de lleno en el núcleo del cambio, de la irracionalidad justificativa y autorreferencial, todo ello aprovechando la decadencia, la huida de la responsabilidad y el complejo de una intelligentsia “occidental” que parece llevar decenios haciendo actos públicos, privados e íntimos de constricción ante el pecado original de eurocentrismo y por la superioridad moral con la que se trató al resto del mundo, a la alteridad, y de paso, cometiendo el gravísimo error de relacionar etnocentrismo con civilización y democracia, dando pábulo y legitimando dicho relativismo ontológico que cercena la una auténtica posibilidad de progreso de la ciudadanía y del ciudadano, que disuelve al individuo en el magma de lo coercitivamente colectivo, que lo aparta del centro de la política y lo relega a comparsa de anacronismos y fatalidades tan variadas como perversas, marginar lo individual es el principio del fin de la democracia representativa y liberal, pudiendo entrar (casi sin inconscientemente) en escenarios de democracia meramente decorativa.
José Rosiñol Lorenzo
Articulista